Algo que no toleraba, era ver las mochilas en la entrada, llegaban los niños y desde la puerta empezaban las mochilas, los zapatos bajo la mesa, los sweters en los sillones hasta terminar con sus cuerpos derramados en la cama.
En las noches que llegaban, era todo igual, dejaban todo fuera de lugar, sus risas llenaban la cocina, llegaba su padre molesto para variar, les quitaba la sonrisa con un grito, ellos se iban a sus cuartos y se conectaban a sus aparatos a escuchar música y ya se desaparecían.
Ahora mis hijos tomaron su camino, no estamos juntos ya, no hay mochilas en ningún lado, sus risas no se escuchan resonando en las paredes, no hay a quién regañar, ni porque estar enojados.
¿En que se desperdició el tiempo? dándole importancia a cosas triviales, quitándoselo a la vida misma, el tiempo no regresa, se va para no volver, aunque quisieras no hay marcha atrás.
Cambiemos las intolerancias por aceptación, las discusiones por pláticas, las opiniones no pedidas por escuchar, las críticas por validación, así los arrepentimientos no quedarán como recuerdos.